Y por fin ya llegamos al final de éste viaje de fantasía y terror con el último artículo dedicado al I Certamen de Relatos «Al Año sin Primavera». Hoy traemos la crème de la crème, los tres ganadores del concurso y algún relatos de sacos. Espero que os gusten y que tengáis otro buen fin de semana con un poquito de lectura.
Tercer Puesto
EL SECRETO por Arantza García Vicente
Nunca me gusto ser el menor de los dos. Mi hermano Rob siempre me superaba en todo. Más alto, más corpulento y más despierto que yo –al menos eso decía la mayoría–, y sin embargo, yo le quería. Las pocas ocasiones en las que me dedicaba un simple gesto de aprobación me hacían sentir pleno y feliz. Una pena que no siempre fuese así. La mayoría de las veces, lo que
recibía por su parte era un seco desprecio, sobre todo cuando estaba con sus amigos.
– ¡Lloyd! ¡Ven aquí nenaza! ¿Quieres probar mi tirachinas? –me gritaba West.
– ¡No escapes cobarde! –jaleaba a su vez Jonathan animado por el poder del grupo.
Rob por su parte, en el mejor de los casos les dejaba hacer, y en el peor, se unía a sus compañeros en una algarabía cruel que solía terminar conmigo corriendo hacia casa entre lágrimas y con alguna que otra pedrada en la espalda. Una casa donde solo encontraba desinterés e incomprensión. Nadie dijo que tener nueve años en Dunwich fuera fácil.
Una noche, compartiendo jergón con mi hermano, y después de pensarlo mucho, decidí sincerarme con él. Quizá, mi secreto fuese lo suficientemente valioso como para ganarme su respeto y acabar de paso con las vejaciones que llevaba sufriendo meses. Quizá la luz me sacara de la oscuridad.
– Rob, estás despierto? –susurré mientras le asía levemente por el hombro.
– ¡Déjame en paz Lloyd! Duérmete –dijo con voz pastosa y somnolienta.
Debían de ser las doce de la noche cuando le conté a mi hermano lo que en una de mis andanzas en solitario había encontrado allá arriba, en el alto de Sentinel Hill.
– ¡Ese lugar esta maldito! ¿Cómo se te ocurre acercarte allí?.
No supe qué responder. Ni siquiera yo sabía qué es lo que me había impulsado a subir hasta aquella colina de la que todo el pueblo hablaba en voz queda. El antiguo camino estaba invadido por árgumas empoderadas y cantidad de raíces retorcidas de los árboles que aún lo flanqueaban. No era para nada un sitio amable y, por supuesto, no quedaba al paso de ningún recado que, un niño como yo, tuviera que hacer. El lugar ilícito perfecto para púberes valientes e insensatos.
– Simplemente fui –dije, como si eso fuera razón suficiente–. Y fue maravilloso Rob –sentencié en voz baja al recordar.
– Debes acompañarme y verlo por ti mismo. Te encantará.
Al atardecer del día siguiente, quedé en reunirme con Rob a la entrada de la granja de los Thomson. Llamar granja a aquel erial era algo a todas luces desacertado, pues ya nada crecía allí desde hace años. Y seguramente nunca lo haría. El ocaso pestilente en el que parecía estar inmerso todo Dunwich no tenía cura ni fin. A pesar de mi juventud, era capaz de reconocer los síntomas de una grave enfermedad. Una, cuya evolución era la misma que la de Madre en sus últimos días: una pesada languidez extendiéndose poco a poco por sus miembros desde un cuerpo central totalmente infectado.
Ya estaban allí, West, Jonathan y Rob, apoyados cansinamente en la amarillenta cerca de los Thompson liando un pitillo que rápidamente escondieron para no compartir conmigo.
– ¿Este payaso es el que nos va a enseñar algo espectacular? –se mofó Jonathan molesto con Rob–. Si hubiese sabido que era él, ni me hubiera molestado en venir.
– ¡Calla bocazas! –espetó Rob– . No subas si no quieres. ¿Tú qué dices West? ¿Te apuntas?
– ¡Por supuesto! Seremos dos: mi amiga y yo –sentenció mientras sacaba una pequeña navaja que ya no relucía a la luz de la tarde.
Allí quedó Jonathan, dando profundas caladas al pitillo compartido, mientras el resto, tomábamos decididos el camino hacia Sentinel Hill.
No tardamos mucho en llegar, pero era casi de noche cuando lo hicimos. A los pies de la colina arrancaba un sendero escarpado pero recto hacía la cima, en la que se divisaba contra penumbra, un perfil pelado de rocas monolíticas sin vida aparente. Por fortuna, no hacía falta llegar hasta allí. Mi secreto estaba mucho más cerca.
Un nuevo yo, henchido de orgullo, encabezaba el ascenso, tratando de ganarme el respeto de aquellos a los que guiaba. El manto de podridas raíces que cubría el suelo, parecía querer impedir nuestro avance a cada paso, elevándose, enroscándose, y sin embargo, West y mi hermano me seguían dócilmente.
Me detuve con el último traspié y miré alrededor para tratar de orientarme. Los demás aprovecharon para apoyar sus manos en las rodillas y resollar libremente.
– ¿Falta mucho Lloyd? ¡Uff! ¡No puedo más! Estas malas hierbas me están despellejando las piernas! –se quejó Rob–.
¡Como no merezca la pena lo lamentarás, flacucho de mierda! –amenazó casi sin aire.
– No te enojes –le rogué–. Ya hemos llegado.
De pronto, un escalofrío recorrió mi columna a la velocidad del rayo, e hizo que me arrepintiese de pronunciar esas palabras de inmediato. Allí no había nada. Solo la oscuridad más absoluta.
– ¿Dónde estaba la luz? ¿Dónde, ahora cuando más la necesitaba? –busqué angustiado.
Las reacciones no se hicieron esperar:
– ¡Maldito mentiroso! ¡Nos has traído hasta aquí para nada! –voceó iracundo West mientras me agarraba de la pechera zarandeándome de un lado a otro con dureza.
Elevó su brazo hacia mí con tal violencia, que sentí como su puño furioso golpeaba mi cara mucho antes del impacto.Pero este nunca llegó. Antes de que West asestara el golpe fatal, un punto fijo de luz azul, del tamaño de un dedo pequeño, apareció de la nada a nuestro lado como una falsa luciérnaga y paralizó la grotesca escena. La potencia con la que nos iluminó a todos en un instante, creó un involuntario cuadro tenebrista de facciones desencajadas y contornos bien definidos.
– ¡Aquí esta! ¿Veis como no mentía? ¡Miradla! –grité rabioso.
Rob y West se quedaron boquiabiertos, con el cuerpo envarado frente al quimérico haz que permanecía inmóvil ante ellos. Mi hermano fue el primero que reaccionó acercándose a él con la mano extendida.
– ¡No lo toques Rob! ¡Aléjate! –aulló West con desesperación.
La frase quedó suspendida en el aire como una nota sostenida, mientras el minúsculo punto se abría más y más al contacto de la carne de mi propio hermano. Una masa oscura y repleta de colmillos afilados y punzantes, se vertía sin freno hacia nosotros desde aquel agujero infame. Con la mirada clavada en aquel horror, Rob se echó atrás sin conseguirlo. Los pies de West, enmarañados con los suyos, le hicieron trastabillar hasta lograr que cayeran ambos al suelo. En ese instante, el manto de muerte formó una convulsa elipse que, con la rapidez de una ola, cubrió a Rob y a su amigo llevándose sus vidas entre gritos de agonía gutural. No pude hacer nada. Solo bramar y bramar hasta la locura.
Horas más tarde, mi padre recogió los restos de una sombra errática. La cascara vacía de huesos y piel en la que me había convertido era incapaz de responder a sus preguntas mientras me recostaba en la cama, una hedionda y febril, colmada de paranoias multiformes como única compañía perpetua.
– ¿Qué te ha pasado? ¿Dónde está tu hermano? ¡Responde hijo mío!
Una cama que nunca más volvería a compartir.
Segundo Puesto
MENSAJE EN UNA BOTELLA por Carlos Cortina
Es curioso cómo nadie piensa que su vida puede cambiar de un instante para otro hasta que ese momento llega y tenemos que tratar de abrazar el cambio sin estar preparados. Pero, para mi desgracia, una parte de mí siempre supo que ese momento acabaría llegando. Cada noche, al meterme en la cama, segundos antes de dejarme vencer por el sueño, lo que había tratado de hundir en las profundidades abisales de mi mente, intentaba salir a flote por los resquicios de mi subconsciente, llenando mis noches de pesadillas.
En mi caso, supe que mi antigua vida llegó a su final el día que vi aquella caja en los brazos de mi mujer. Mi dulce Jean fue quien la encontró, junto al rellano de nuestra casa en Boston. Una caja de madera sencilla y envejecida, sin ningún adorno, y con un nombre grabado con un punzón o algo similar. No había remitente ni tarjeta, tan solo mi nombre original, el que llevaba más de diez años sin usar y jamás pensé que volvería a escuchar y mucho menos a leer escrito frente a mi puerta: Abner Marsh. Así que cuando Jean la abrió comprendí que la vida que había construido durante los diez últimos años acababa de llegar a su fin.
Sólo había una botella de cristal verdoso y retorcido en su interior. Ella dijo que nunca había visto una botella así, y que tampoco conocía el nombre de la marca de aquel licor. Ya no tenía dudas de lo que iba a ver, pero ella la sacó de su caja y me la mostró. Sólo se leía una palabra en ella, una especie de broma macabra: Kraken. Creo que llegué a balbucear que se debía tratar de un error, que alguien se habría confundido. Pero Jean no conocía a ningún Marsh en el barrio, y como no había forma de devolvérsela a nadie, decidió quedársela. Por si alguien venía a reclamarla. Pobre Jean. La botella ya había cumplido su función. Nadie vendría a reclamarla nunca, pues la botella era un mensaje. Un mensaje que había llegado a su destinatario.
No tenía sentido asustarla, así que terminé mi desayuno, me vestí pausadamente, cogí mi sombrero, le di un beso a mi esposa, le pedí que les diera un beso a los niños cuando se despertaran y le dije que debía salir a ver a un cliente en la costa, a pesar de ser fin de semana, y que regresaría por la noche.
Al menos lo de la costa era cierto, porque ¿qué sentido tenía decirle que Edward Collins, con quien llevaba seis años casada no existía en realidad, que toda mi vida era una farsa con la ridícula esperanza de huir de mi pasado? Pero me habían encontrado. Lo curioso era que no me sorprendía; supongo que siempre supe que ese momento acabaría llegando. Sí, mi vida acababa de cambiar de un instante para otro, pero no estaba angustiado. Quizá, sencillamente acepté mi destino, quién soy realmente. Me quité el vendaje de la garganta; ya no tenía ningún sentido la absurda historia que inventé sobre que me había caído y me había hecho unas heridas simétricas a ambos lados del cuello. Pobre Jean, nunca comprendió que no quisiese ir al médico. Ni siquiera dejé que ella las viera nunca de cerca.
Conduje varias horas. Hice un recorrido que juré que jamás volvería a hacer. Pero soy un Marsh, y supongo que hay cosas muy superiores a mi voluntad. Quizá había sentido la Llamada. Esa fue la última advertencia que oí antes de abandonar el lugar al que ahora me dirigía, que algún día sentiría la Llamada. El Atlántico se abría ante mis ojos, precedido de dunas arenosas y de escasos matorrales. No había árboles verdes y robustos. Se diría que nada sano podía crecer allí.
Cuando paré, dejé el coche aparcado en cualquier lugar. Qué más daba, si jamás lo iba a volver a usar. Ya había caído la noche, y no se veía un alma en el pueblo. Las calles estaban igual que las recordaba. La bruma del océano le daba al aire un aroma salado que me hizo sentir vivo, rejuvenecer. Mientras caminaba me fui quitando la ropa, que cada vez me ahogaba más. Me dirigí a la iglesia, donde me esperaban los demás. Todos los rostros se dirigieron a mí cuando entré en el viejo edificio abarrotado. No había caras de sorpresa o reproche. Todas sus caras me eran familiares, quizá porque todos nos parecemos mucho en mi familia. Ya no sentía el odio y el pavor con los que me escapé una noche una década atrás. Nunca imaginé que me sentiría feliz de volver a Innsmouth. El sacerdote terminó sus plegarias, rezos y palabras que hubieran escandalizado a mis vecinos en… en aquel sitio en el que estaba antes. Antes de volver a casa. Todos empezamos a salir a la calle en una larga comitiva iluminada por la luz de varias antorchas y la luna que se abría entre las nubes. No había palabras; no hacían falta.
Y ahora nos hallamos en la playa, de noche, bajo un cielo frío y estrellado. Todo el pueblo se ha congregado para despedir en un silencio sepulcral a los que comenzamos nuestro verdadero viaje. De entre las aguas emergen unas figuras que aguardan en la orilla. Supongo que en otros tiempos me habrían parecido terroríficas, pero ahora las encuentro bellas. Llego hasta su lado. El olor a pescado es intenso, pero sonrío al ver sus branquias tomar aire y siento el peso de los eones sobre mi mente cuando sus enormes ojos saltones sin párpados me miran en silencio. Han venido a acompañarnos en nuestro largo viaje. Mi piel desnuda no nota el frío del Atlántico, al revés, mis músculos se vigorizan y se preparan.
Cuando el agua me llega ya por la cintura trato de recordar el rostro y el nombre de una mujer que me amó… ¿una mujer? No… no la recuerdo. No recuerdo nada. Ya no importa nada. Sólo la Llamada. Ya voy.
Primer Puesto
RECURSIVO por Ander Pérez
Cuando la joven estrella de cine en ciernes, Jimmie Cox, llegó a la puerta de la cafetería en Armitage Street, la incesante lluvia ya había echado a perder su peinado esculpido con cera. El local llevaba meses abandonado, pero el representante artístico del chico había insistido en citarse allí antes del anochecer.
–¡Vaya día de perros! ¿Eh, Jimmie? –Howard Barnes le saludó con una sonora palmada en la espalda– . Vamos, entra…
Antes de que Jimmie pudiera preguntar «dónde», Howard ya había abierto la puerta de la cafetería y le había empujado dentro.
Jimmie dio un respingo cuando vislumbró a un hombre corpulento que encendía un cigarro y les miraba con los ojos entrecerrados desde el fondo del establecimiento.
–No quedan croissants –dijo el hombre con voz ronca.
–Queremos tarta de manzana –continuó Howard. Jimmie lo miró de hito en hito, sin entender nada.
–Podéis pasar –farfulló el gorila.
Howard volvió a palmear la espalda de Jimmie y este dio un traspié. El representante se rio y el matón del croissant soltó una sonora carcajada mientras abría una puerta sobre la cual un cartel rezaba: «The 13th Door».
Al otro lado de la puerta les esperaba un estrecho pasillo, solo iluminado por la luz que procedía de una enorme estancia al final.
–¿Me has traído a un club clandestino? –preguntó Jimmie sin saber qué pensar de quien intentaba llevar su carrera como actor.
–Directores, productores, actrices que conquistar… Jimmie, ¡donde se bebe es donde se consiguen los mejores contactos!
Howard acompañó a Jimmie al interior del club. Debía de tratarse del antiguo almacén de la cafetería, ahora reconvertido en un caluroso antro donde el alcohol, prohibido por la ley seca, era disfrutado por selectos invitados que bailaban a ritmo de jazz.
En la entrada, una improvisada barra de bar. En el centro, una amplia pista de baile rodeada de mesas y sillas de madera. Al fondo, se alzaba el escenario sobre el que tocaba una pequeña banda de músicos. Al frente, la cantante: una pelirroja menuda, con un vestido negro, ceñido; de provocativas transparencias que insinuaban curvas inesperadas. A Jimmie su voz le pareció preciosa.
Howard rodeó a Jimmie por el cuello y tiró de él hacia la barra del bar.
–¡Lester, pon al chico un Southside! –voceó con un chasquido de dedos– . Muchacho, ve a divertirte mientras busco un pez gordo para promocionarte.
Jimmie forzó una sonrisa. Llevaba meses con Howard y ni siquiera había conseguido cerrar una audición para una pequeña obra de teatro en Arkham. Pero no tenía otra opción mejor, se acercaba a la treintena y ni su pelo rubio, ni sus ojos verdes iban a evitar que pronto pasara a ser demasiado mayor para Hollywood.
Mientras Howard se mezclaba entre la gente, Jimmie cogió su cocktail y le echó un ojo a una mesa libre junto al escenario. Esquivó a una pareja de mediana edad que bailaba en claro estado de embriaguez y a un grupo de mujeres que fingían estar interesadas en los borrachos que se acercaban a ellas para pedir un baile, o algo más íntimo quizá. El humo de tabaco condensado le irritaba la nariz y los ojos; se sentó con un suspiro de resignación y tomó el primer trago del Southside. El fuerte sabor a ginebra y limón le hizo toser. Miró de soslayo porque temía que alguien adivinara que no estaba acostumbrado a beber alcohol.
La cantante pelirroja interpretaba un tema de jazz a medio tiempo. Su voz era dulce, casi infantil, pero Jimmie se sentía hipnotizado por ella.
Quiso intentarlo de nuevo con su copa pero al ir a beber, vio que ya no estaba allí. Desconcertado, se puso en pie y volvió a la barra. «Juraría que traía el vaso en la mano» pensó.
De repente, un brazo rodeó su cuello y tiró de él hacia la barra.
–¡Lester, pon al chico un Southside! –voceó Howard con un chasquido de dedos.
Jimmie pestañeó y se frotó los ojos. Vio como Lester servía la copa y, esta vez, el chico se aseguró de llevársela a la mesa.
Esquivó a una pareja de mediana edad y a un grupo de mujeres que se reían de unos pretendientes borrachos.
Se sentó y bebió un trago. La ginebra le hizo toser. La chica del escenario le miró mientras entonaba esa suave melodía que repetía las mismas palabras una y otra vez, como una letanía. ¿En qué idioma cantaba?
Jimmie quiso intentarlo de nuevo con su copa, pero al ir a beber, vio que ya no estaba allí. Confundido, se puso en pie y volvió a la barra. Esta vez, evitó el abrazo de Howard. «¿Esto… no lo he vivido antes?» se preguntó, desorientado.
–¡Lester, pon al chico un Southside! –voceó Howard con un chasquido de dedos.
Jimmie dio un paso atrás. Se le aceleró el corazón. Sintió que la luz del local cambiaba; su intensidad latía al ritmo de la música. Las sombras alargadas de los danzantes se proyectaban sobre las paredes de pintura desconchada. ¿Eran tentáculos?
Un siseo eléctrico conseguía hacerse oír sobre el bullicio de las conversaciones, las risas y el jazz.
Jimmie tenía de nuevo su Southside en la mano. Esquivó a la pareja de mediana edad que bailaba. «Ahora los recuerdo» pensó. Y a un grupo de mujeres rodeadas de unos hombres de piel bulbosa cuyos rostros eran de un horror indescriptible. El joven, aterrorizado, dejó caer su vaso. Nadie le prestó atención, y es que ya no había nadie alrededor, solo criaturas de aspecto inhumano. Corrió a bandazos hasta el pie del escenario y miró con incredulidad a la cantante. ¿Por qué seguía cantando? Aquella melodía era siempre la misma. Lo único que no había cambiado. ¿Qué decía la letra? «Recursum, recursum, recursum». Una y otra vez; una cantinela sin sentido.
Jimmie subió a la tarima y descubrió que los músicos se habían transformado en masas informes con brazos tubulares que acariciaban los instrumentos de un modo obsceno.
La pelirroja lo miró de reojo y el pánico se dibujó en su rostro, pero no dejó de cantar. Crispado, Jimmie apartó el micrófono de pie de la muchacha con un fuerte golpe y la cogió bruscamente por los brazos.
–¿Qué está pasando? ¿Qué es todo esto? –preguntó él a punto de enloquecer.
Algo era distinto en ella. Ya no era joven, ni atractiva. Aquella mujer era una anciana cuyo cabello blanco caía lacio sobre sus hombros huesudos. La ropa, la de una gitana.
–¿Qué has hecho, insensato? –le preguntó con desesperación–. ¡Has roto mi ritual! El momento ha avanzado y ahora…
La gitana giró su cabeza hacia la pista de baile. Jimmie hizo lo mismo, sin dejar de sujetarla con fuerza.
Allí, las bestias se agrupaban y agolpaban. Ya no había Lester, no había Howard; ni rastro de seres humanos. Solo horrores que danzaban bajo un portal abierto sobre ellos.
Jimmie miró hacia el techo y allí no quedaba nada. No había cielo, ni lluvia; no había noche. Solo un vacío lleno de silencio. Un vacío que llenaba todo, lo vivo y lo inerte.
–Admira la condenación de la Humanidad, niño –susurró la anciana–. Hazlo antes de que los monstruos nos dejen ciegos…
Bonus Tracks
LA COSA QUE SIGUE por Alfred
El destino es cruel y caprichoso, cuatro meses habían pasado desde que se llevó a mi querida Elaine, la había apartado de mi lado llevándose consigo una parte de mi alma, fue en esos días en los que la absoluta tristeza que recorría mi ser me que obligó a abrazar lo oculto. Un buen amigo me sugirió buscar consuelo en la lectura, por lo que la biblioteca empezó a ocupar una obsesión en mi día a día, cierto día mientras me encontraba enfrascado en un antiguo libro escuché el rumor de la existencia de ciertos tomos, grimorios con mensajes ocultos, capaces de crear la más realista de las ilusiones y de hacer realidad lo que es una solamente es una ilusión. Intenté por todos los medios acercarme a esos escritos, pero su lectura estaba reservada para catedráticos de la Universidad de Miskatonic, mis acercamientos a estos entes y la petición de que me ayudasen fue totalmente un fracaso, lo que me obligó a visitar a los videntes de la ciudad en busca del más profundo ocultismo. Necesitaba encontrar una manera de comunicarme con mi amada, la desesperación me había hecho acercarme a quién siempre había tratado como charlatanes y ladrones, fue una vidente quién me dio la respuesta, lanzando sus cartas sobre la mesa pude ver que ese destino al que estaba atada Elaine se mostraba representado en una de ellas, la carta mostraba un esqueleto a lomos de un caballo, este mismo sujetaba una guadaña en la mano izquierda, mis ojos leyeron el título de la misma, que rezaba “La muerte”.
Todos mis intentos estaban siendo en vano, había perdido toda esperanza, pero fue un día en el que visitando a mi hermano en Nueva Orleans escuché que en una destartalada cabaña habitaba una famosa chamán vudú que podía ayudarme en mi empresa, no tarde en visitarla. Después de explicarle mi siatuación me hizo ingerir el más extraño de los líquidos que jamás había probado mientras el humo del incienso inundaba la estancia, un desconocido cántico comenzó a retumbar en cada una de las paredes hasta penetrar en lo más profundo de mis entrañas mostrándome el vacío y abriendo mi mente a la comprensión de todo lo ocurrido.
Un reino atravesando el cielo y uniéndose a nuestra realidad, amarillo sobre amarillo, caballoshuyendo de un terror invisible, negro sobre amarillo, Elaine pidiendo una ayuda que nunca llegaría, negro sobre negro, su cuerpo inerte en aquella carretera, el negro más absoluto, algo que jamás podré olvidar.
Las visiones que había tenido en aquella cabaña rondaron mi mente por semanas, repitiéndose a cada segundo, persiguiéndome y atormentando mis pesadillas, hasta que estas se empezaron a volver cada vez más reales, fue en uno de mis paseos nocturnos dónde bajo una farola su figura se erguía, sus cabellos oscuros ondeaban con la brisa nocturna, su sonrisa tal como aguardaba en mi memoria borraba todas mis preocupaciones, su mano tendida rogaba ser correspondida, por lo que no pude retener mi deseo y fui en su busca. Si era una ilusión no quería que nunca se acabase, si era parte de la realidad que había tomado forma por todos mis intentos de traerla de vuelta haría lo que estuviese en mi mano por mantenerla a mi lado, apreté sus frías manos con fuerza y miré dentro de sus ojos del color del azabache, fue el momento en el que comencé a revivir de nuevo mis pesadillas, unos viscosos y fétidos apéndices asomaron por debajo de sus mangas y agarraron mis brazos con fuerza y su sonrisa, ahora macabra me amenazaba de alguna manera que desconocía, logré zafarme de su funesto abrazo y corrí por toda la ciudad huyendo de mi captora sin mirar atrás. Abrí la puerta de mi vivienda y usé el cerrojo para bloquearla, mi mente me estaba jugando una mala pasada, seguro que era eso, solo tenía que descansar ya que estaban siendo unos días muy duros, preparé el dormitorio y tapé mi cuerpo con la cálida manta, pero no fue calidez lo que inundó mi lecho, un familiar y gélido ambiente se apoderó de la estancia y a los pies de mi cama se encontraba ella, esperándome sin mover un solo músculo. La desesperación se apoderó de mi y salté de la cama hacia la puerta, todo tenía que ser parte de las pesadillas que tanto me atormentaban, nada podía ser real, o eso creía, pero una sonrisa de ultratumba resonó por toda la casa y las luces sumieron la residencia en la más profunda oscuridad, lo que me obligaba a tantear las paredes para reconocer el punto en el que me encontraba, solo necesitaba salir de esta casa y pedir ayuda, aunque temía que la misma ayuda que yo necesitaba sería la misma que pidió Elaine en su lecho de muerte, una ayuda que nunca llegaría. Tenía que cruzar el poco iluminado pasillo que llegaba a las escaleras que me llevarían a mi destino, y al final del mismo se encontraba de nuevo esperándome, su oscura sombra se elevaba cortándome el paso, la desesperación se apoderaba de mi poco a poco y encontré la salida más cerca de lo que creía, a mi derecha se encontraba la salida más cercana, abrí la ventana y observando la caída de dos pisos me precipité al vacío.
Los meses se sucedieron y atado a una cama abrí los ojos, mis piernas se habían fraccionado debido a la caída y ahora me encontraba en una habitación blanca sin posibilidad alguna de moverme, los doctores decían que no dejaba de pronunciar en pesadillas su nombre y que se encontraba en cada rincón de mi mente, por primera vez en mucho tiempo estaba aterrado, su recuerdo no se había ido de mi mente y el primer día que me concedieron libertad dentro de esta prisión quise observar mi reflejo en un espejo, al otro lado sólo me esperaba ella, pero sólo un vago recuerdo de lo que un día fue, su piel podrida, su rostro retorcido que se tornaba en esa macabra sonrisa y sus labios, esos que añoro cada día repitiendo una frase sin parar “No dejaré que escapes”.
RELATO AÚN POR TERMINAR por David
Os juro que lo he intentado, pero entre los escenarios FanMade, los episodios, los sorteos y todas las mierdas que tenemos entre manos no me ha dado tiempo a terminar el relato. Os prometo que algún día llegará. Hasta entonces espero que os haya gustado el I Certamen de Relatos «El Año sin Primavera» y que el año que viene participéis muchos más.
Excelentes relatos, me encantó el bonus, tal vez yo lo hubiera elegido como primer lugar, jejeje. Aun así todos me gustaron y me gustaría conocer más acerca de sus autores. sugiero que se unan para hacer una antología de cuentos escalofriantes y la suban a Internet, incluyendo estas cuatro narraciones. Quien sabe, a lo mejor y hasta se acaban convirtiendo en un fenómeno de la web, con eso de que habemos tantos fanáticos del terror por aquí.